“Ser psicólogo es custodiar pasajes invisibles.
Caminar—sin linterna—por el laberinto que otro habita,
atento al eco de sus pasos,
al roce mínimo que delata una puerta oculta.
Es sostener una pregunta como quien sostiene un cuenco,
sin apresurar la respuesta ni vaciar el silencio.
Coleccionar matices: el temblor de una frase,
la grieta que se abre en un bostezo,
la risa que llega para encubrir o revelar.
Ser psicólogo es conjugar ciencia y asombro.
Leer datos con pulso de sismógrafo
mientras el corazón, discreto, aprende a no desbordarse.
Es fiar en la palabra para descifrar lo que se esconde
detrás de cada palabra;
usar la lógica para abrir la cerradura
y la poesía para cruzar el umbral.
Es acompañar sin ocupar, guiar sin empujar.
Aceptar que a veces la mejor moneda de cambio
es una presencia nítida,
la certeza de que alguien mira sin juzgar
y escucha con todos los sentidos desplegados.
Ser psicólogo es contemplar la fragilidad ajena
y advertir, en ese espejo, la propia.
Es saber que la mente humana no se arregla:
se comprende, se nombra, se aprende a habitar.
Oficio de fronteras borrosas:
entre la química y el recuerdo,
entre la voz del niño que fuimos
y la máscara del adulto que aprende a caer.
Al final, queda la confidencia íntima
de haber estado ahí—
testigo de un pequeño giro interno
capaz de alterar la órbita de una vida.”
M.Y.M.O.
